domingo, 5 de junio de 2011

Mi rostro, el espejo y un dilema...

Un día cualquiera frente al espejo. Por la mañana, la cara semi hinchada, en busca desesperada de la crema hidratante, tal vez la pinza de depilar y un espejo con un aumento mínimo de 5 plus.

Mi rostro frente al espejo varía todos los benditos días, si no son las ojeras, es el granito cual púber, el vello encarnado, la mancha solar, siempre hay algo knock knock que golpea tu mente y el inconformismo a tus pies. Raro es aquel día, que te levantas… te miras, ni siquiera una lavadita y decís: Guau… Hoy la rompo, cuando te pasa eso, es tu día para ir de compras, caminar y que te regalen flores cual antiguo comercial de desodorante ochentoso.


Hay otros espejos. El del avión por ejemplo… pasa que hay veces (muchas) que me siento una azafata top, sonriendo con mi delineador bien caro, mi sombra con destellos dorados y un gloss traído de USA que me aumenta volumen de los labios. Como la película cien veces no debo… “no debo verme en el espejo del avión” la imagen que me devuelve es para pedir limosna, veo surcos profundos, delineador mala calidad, ojeras inimputables, cara de globo. Así que atención lean BIEN. Si te miras al espejo en un avión tenes dos opciones:

1- Salís del baño, con los hombros caídos y apesadumbrada // 2- Tratas de mentalizarte, de que realmente NO APLICA la imagen devuelta.

Y por otro lado está el espejo mágico, que tienen algunas tiendas de ropa, que te estiliza las caderas, te hace más alta, todo lo que te pones te queda bárbaro y te llevas todo, o no sabes con que quedarte (arma de doble filo) y la lógica de esto último es que te llamen al fletero y te cargues el espejo ¡! Y se soluciona el bendito problema del inconformismo casi diario y salís de tu casa, demoliendo muñecos ¡!